Desde que cruzas la primera puerta comienzas a “sentir”… El Museo del Apartheid, en Johannesburgo, es impresionantemente explícito y su museografía, exposiciones y ambientación están TAN bien logradas, que desde que te dan el ticket te pones en sintonía con la seriedad de los temas a tratar.
Lo que más impacta del comprobante de entrada no es que tiene un número, ni que dice el nombre del museo, es que evoca los mecanismos de segregación utilizados en el pasado, al catalogar aleatoriamente a los visitantes entre “Blancos” y “No Blancos”, llevándoles así a tener una experiencia de acceso a las instalaciones basada en la discriminación similar a la que se vivía en la época y contexto que se pretende exponer.
Luego de haber captado tu atención y haberte preparado emocionalmente desde el punto de acceso, se pasa a una exhibición al aire libre que aprovecha el camino al edificio principal para presentar los factores que hacen que nos apropiemos de esta historia y, al mismo tiempo, presenta las bases o antecedentes que dieron surgimiento al racismo en Sudáfrica y su arraigo dentro de esta sociedad.
El recorrido establece rotundamente el punto de que todos somos iguales, desde nuestro origen y lo hace al guiar al visitante hacia la identificación con características comunes a los primeros humanos, partiendo de afirmaciones que, en esencia, podrían resumirse como: Bienvenido, volviste a casa, este es el origen de todos y por tanto también el tuyo. Lo llevas dentro de ti, en tus genes y eres de donde eres porque nuestros ancestros eran caminantes, pensadores, luchadores, creativos, recolectores… y estaban no sólo en constante evolución, sino también movimiento.
La museografía nos lleva a cuestionarnos: si todos somos iguales, ¿de dónde vienen las discriminaciones basadas en las diferencias y cómo escalaron hasta niveles como los alcanzados en regímenes como el Apartheid?
Y luego nos invita a entender que esos niveles de racismo no se desarrollaron de un día para otro y sus inicios se remontan a mucho antes de la independencia y parten de la llegada de los colonos neerlandeses a las costas de lo que hoy es Sudáfrica y Namibia hacia el año 1652. La realidad es que mientras se conformaba esta nación se desarrollaban a la par tanto el nacimiento de una notable diferenciación racial, como de una lucha por la igualdad y el respeto de los derechos de los oprimidos.
Los inmigrantes afrikáneres o bóeres conocidos como “voortrekkers” o “pioneros” emigraron nuevamente hasta encontrar las mejores zonas y, en ellas a quienes desde hacía décadas y siglos las habitaban. Se apropiaron de las tierras y los recursos y poco a poco tanto ellos como sus descendientes crearon un ‘estado de bienestar’ (exclusivamente para ellos y sus iguales) basado en la opresión.

Quienes habitaban aquellas tierras llegaron a ser medidos, fotografiados y exhibidos en ‘nombre de la ciencia’, por ser considerados los más primitivos especímenes vivos del homo sapiens. Se crearon diferentes “niveles de humanidad” y los ‘cazadores-recolectores’ que habían ocupado las mismas tierras desde hacía miles de años no sólo fueron despojados de sus propiedades, sino también de su dignidad bajo un simple y sencillo objetivo: que la minoría blanca conservara el poder.
Los inmigrantes europeos y su descendencia representaban apenas un 20% de la población. Como eran menos, diseñaron una serie de mecanismos que les garantizaba la dominación y conservación del poder, evidenciándolo en la estructura de la sociedad que se dividía entre lo que era sólo para ellos (los blancos) y lo que estaba permitido para el resto de la población (los no blancos: dígase los negros, los mezclados y los inmigrantes, organizados bajo esa misma escala).
Así se escribió la historia moderna de Sudáfrica y de prácticamente todo el continente africano. Así arrancó la sistematización de la opresión, de la violencia, de la violación de los derechos humanos…

En medio del shock, pues para mí no fue lo mismo escucharlo que ver las imágenes que tan crudamente lo documentaban, caí en cuenta de que así arrancó la historia de mi propio país, MI historia. Y fui consciente de cómo me apropié del dolor, me apropié de la humillación, me apropié de la vergüenza al sentir que también yo soy el resultado de esas sistematizaciones, que yo soy el resultado de esas violaciones, y que mi sangre -y probablemente también la tuya- sirve de evidencia de esos estragos. Esto ya no se trataba del pasado de un país que visitaba por primera vez, lo que me presentaban en este museo era un fragmento de la historia que me pertenecía…
¿Qué fue el Apartheid?
El Apartheid fue un sistema de segregación que existió en Sudáfrica desde 1948 hasta la década de los 1990’s (dígase ¡el otro día!) en el cual TODO, desde las políticas de estado hasta la organización urbana y los códigos de relaciones humanas, se basaban en la clasificación racial de acuerdo a la apariencia, aceptación social o ascendencia del individuo con un simple y sencillo objetivo: que la minoría blanca conservara sus privilegios, comodidades, riquezas y estado de bienestar.
La evolución del sentimiento de superioridad racial, sumado al miedo de perder el poder fue el contexto en el que se dieron:
1) la violación masiva y sistemática de los derechos humanos
2) la discriminación racial como mecanismo para mantener la cohesión social y perpetuar el poder
3) la opresión y exterminación de los “pueblos originarios”.
Los más frecuentados espacios y zonas de la ciudad llegaron a estar divididos y las principales ciudades fueron altamente señalizadas para que quedara claro qué podía usar quién.
Murallas como la de la antigua fortaleza en el “Constitution Hill” de Johannesburgo giraron sus armas hacia adentro y, en vez de impedir la llegada de intrusos, fijaban su atención en aquellos seres que habían osado interferir con el status quo dictado por el Apartheid. Múltiples espacios fueron reestructurados y tornados en intimidantes infraestructuras de confinamiento en los que se mezclaban quienes merecían estar allí por sus actos delictivos, muchos otros no habían hecho más que lo lógico: demandar que fueran respetados los derechos humanos y que se terminara el racismo que en aquel entonces regía a Sudáfrica. Las medidas tomadas incluían acciones que no fueron ‘relativas’ ni ‘subjetivas’ y ya para la década de 1970 los estragos del Apartheid eran considerados por las Naciones Unidas “crímenes de lesa humanidad”.

De los horrores del Apartheid surgieron múltiples figuras relevantes, sujetos con visión y convicción suficientes para sacrificar su integridad física, su libertad y hasta su vida con el fin de modificar el “status quo”. Hay toda una parte del Museo del Apartheid dedicada a conocerles: líderes populares, académicos, obreros, estudiantes… Y entre éstos no sólo se encontraban quienes eran objeto de discriminación: en distintos momentos surgieron también voces de ‘afrikáneres’, esos blancos sudafricanos con ascendencia europea, que salían de su zona de confort para cuestionar las atrocidades cometidas por el régimen.
Ahora, dentro de todo ese conjunto hubo un perfil que destacaba y era, evidentemente, el de Nelson Mandela. Abogado, activista, revolucionario… mucho se puede decir de este individuo, pero las cualidades que más me impactaron a mí fueron la de PACIFISTA y RECONCILIADOR. Un sujeto que, dentro de todos los mecanismos disponibles, optó utilizar métodos no violentos de protesta en sus años de prisión y atropellos. Una buena parte de la museografía está dedicado a su figura, reconocida por haber ocupado tres grandes y muy distintos roles: abogado que luchaba por la igualdad, prisionero político y, finalmente, como el primer presidente negro de su nación.
De entre todos los escombros del oscuro pasado que representa la era del Apartheid en Sudáfrica, resurgió una nación llena de heridas, de traumas, de cicatrices y de divisiones muchas de las cuales, tristemente, siguen presentes hasta hoy (a mayor o menor escala). Yo, en pleno 2019 fui testigo auditivo de ellas y si te soy honesta en algún punto hasta las lloré de frustración (ya te dije que ese tema me tocó profundamente). Conocer la historia reciente de Sudáfrica me dolió mucho y me hizo darme aún más cuenta de la importancia de el “qué” educamos pues de poco sirve tener escuelas si enseñan odio y discriminación, de poco sirve tener desarrollo si se basa en la opresión y de poco sirve promover la cultura si nos lleva a la sistematización de la violación de los derechos humanos.
El Museo del Apartheid es un espacio que orienta el turismo, tanto local como foráneo hacia la memoria y la justicia histórica. Es un poderoso ejemplo de cómo puede tomarse un tema de altísima complejidad y orientarlo hacia el análisis, estudio y reformulación de la narrativa en torno a un convulso pasado y la creación de conciencia y un espíritu de reconciliación.

Este es uno de ‘esos’ museos a los que no se puede ir con las hormonas revueltas, ni con la sensibilidad a flor de piel. Es uno de esos que logran magistralmente enseñarte un fragmento oscuro del pasado reciente. Uno al que no sólo hay que ir, sino volver cada vez que sea posible.